DE LOS (FRACASOS) EXPERIENCIAS UNIVERSITARIAS
Hace un buen rato que no pasaba por aquí y escribir un poco de lo que sucede en mi vida, supongo que es porque cada año que avanzo en la universidad todo se pone más complicado. Justo sobre esto es que vengo a hablarles. Para aquellos que me llevan siguiendo desde inicios sabrán que soy becada y que esto deriva que cumpla con ciertos requisitos para poderla mantener; y para los que no sepan, soy becada.
Voy en cuarto año de la carrera de derecho, siendo becada y cumpliendo con un promedio mayor de seis puntos a lo que la universidad me exige. Durante los cuatro años he mantenido una rutina, que más allá de ser saludable, es la que me ayuda a salir con notas excelentes y ganar cada curso del semestre. No obstante, este año no fue así.
Aquí les vengo a contar como agregue una nueva experiencia, de la cual en un inicio la vi como un fracaso, pero con el tiempo la mastique lo suficiente para catalogarla como experiencia. Cuando me asigne los cursos de este año, quede con dos catedráticos que me hicieron llorar sin antes haber iniciado a estudiar, ¿la razón por la que llore? La respuesta era porque era un secreto a voces que todos los que pasaban por ellos se estancaban en su carrera.
Tengo memorizado como mi madre me hablo ese día, «no des por perdida una carrera que no se ha corrido» me dijo mientras me ayudaba a tranquilizarme. En enero llegué a las clases y a la primera impresión me di cuenta de que sería el ciclo más duro que pasaría, aun con eso, me aferre a que yo podía, que era capaz y que vencería. Pasado el tiempo, en uno de los cursos tenía un parcial, conociendo al licenciado, estudie durante tres semanas, haciendo planas, memorizando y lo que había en mis manos.
Me examiné un sábado a las 8 de la mañana, salí a las once y el día lunes tenía nota. Había sacado 3 puntos de 15. Al salir de la clase, lo primero que hice fue llorar. Lloré porque sentí enojo, lloré porque me sentí frustrada, porque me sentí cansada y decepcionada. Una semana me llevó asimilar la nota, darme cuenta de que me había caído y que debía levantarme si necesitaba seguir.
Mientras tanto, a pesar de esa clase, en paralelo avanzaban los otros cuatro cursos, de los cuales tres llevaba bien y el cuarto no. Nota 5 de 15 y habiendo estudiado, otra caída a la lista, de nuevo, a repetir el proceso de superación y frustración. Llegado el mes de abril, a inicios, me di cuenta de que debía comenzar a pensar en que debía dejar uno de los cursos porque no llegaría a la nota que necesitaba para tener ingreso al examen final.
Fueron tres semanas las que pase pensando opciones, situaciones y hablando con mis padres para pedir ayudar. Tengo tallada en la memoria todas las veces que llore comunicándoles lo cansada que me encontraba al lidiar con ese curso, de las veces que salía de clases con ganas de congelar ese ciclo y no estudiar más. Las veces que vi las señales de estrés en mi cuerpo, las veces que deje de comer y las veces que soñé redactando memoriales para ese curso.
El curso se estaba colando en cada parte de mi vida, me estaba ahogando cada segundo y aun con eso, dije que haría el último intento. Me presenté al segundo parcial para ver que el lunes tenía nota. Había sacado 0 de 15, desde ese momento, lo solté. Tuve que ir a facultad para pedir retiro académico y proteger mi récord. Necesitaba buscar como proteger mi promedio, necesita liberarme de un peso y eso hice. Deje el curso y me quede con los otros cuatro.
En primer plano me sentí calmada de haberlo dejado, se sentía extraño porque había luchado insaciablemente para quedarme y ganar, pero lo que no se iba a dar, no se daba. Entonces, solo me quedaba el otro curso que también era un peso en mi espalda. Me dije «estudiando, se sale, memorizando, leyendo el código, preguntando, entendiendo, se sale» y hasta pedí ayuda a compañeros de años arriba.
La cosa fue que, hace unos días, tuve mi nota del examen final de ese curso, y me di cuenta de que no gane. Perdí la clase a la que también le llore, que estudie durante varias madrugadas, descuidando los otros cursos y no llegue.
Ahora, les digo, ya pase mi momento en que lloré por las clases, que me sentí frustrada y que obligue a mi cuerpo a resistir para buscar llegar a algo que no estaba destinado a llegar. Luego de varios días pensando, reflexionando al respecto, me recordé de dos cosas que me dijo un amigo de la carrera. La primera: «esta carrera no es de velocidad, es de resistencia» y aunque en mi caso por ser becada necesito de ambas, me di cuenta de que algunas veces debe pesar más la resistencia y no la velocidad. La segunda que me dijo fue: «nuestra paz no es negociable» y les aseguro que esos cursos me estaban quitando la paz.
Durante el semestre, repetidas veces negocié mi paz mental para intentar salir. Puse por sobre mi paz mental, a los cursos, a las notas, a las metas y no a mí misma. Todo iba antes, yo iba detrás. Y la verdad fue que me descuide.
Y sabéis, ahora, con el tiempo, luego de haber asimilado el sentimiento, luego de pasar culpándome de haber perdido, de decirme que quizá no di lo suficiente, que no me esforcé lo necesario, comprendo que no tengo la culpa.
Estoy casi segura que cuando pasamos por estos momentos, lo primero que hacemos es culparnos de lo que nos sucede, pero no tenemos la culpa. La universidad es difícil y una nota no define quienes somos como personas, los noventa en nuestra boleta no nos dice si somos de calidad o si seremos capaces de algo. Algunas veces, nos encontramos en la vida personas que nos enseñan a caer, porque todo guerrero debe caer, ya que vence al levantarse.
Yo debía caer, debía “fracasar” para aprender a que la vida está hecha a base de errores, caídas, golpes y triunfos. Que en la universidad se gana y se pierde, que se lucha venciendo y se lucha sin ganar; y que nada de ello te define como persona.
Si algún día llegan a tener cursos que los enfrente a situaciones como las mías, no esperen a llorar todos los días durante tres semanas para soltarlo, no esperen dejar de comer para soltar, no esperen ver señales de estrés en su cuerpo para soltarlo. No negocien su paz mental y física por un curso que se quedara en el mismo lugar y que se puede intentar llevarlo de otra forma.
No duden siquiera un segundo en elegirse, porque caer y no salir victorioso no es un fracaso. La guerra son unos años universitarios, pero la salud mental es la vida entera. Tállense en la frente que perder o soltar un curso NO es un fracaso, es saber conocer nuestros límites y que el camino en la universidad es resistencia, no velocidad.
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