Nadando en Información

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caricatura de un hombre con anteojos abrumado con la información de diferentes medios.

“El derretimiento de un glaciar hace desaparecer un río de Canadá en cuatro días.” (El País)

“Las cifras que ha dejado el fenómeno de El Niño Costero...” (El Tiempo)

“Sequía en Bolivia podría acabar con el Amazonas...” (Informador)

“Marzo de 2017, el segundo más caluroso en más de un siglo.” (Informador)

Estoy casi seguro que si no has visto o leído sobre estos hechos noticiosos en los últimos días, al menos has visto sus titulares en algún medio impreso o digital.

Y es que nuestra generación puede ufanarse de ser la que mayor grado de conectividad en cuestión de información ha llegado a desarrollar. Hoy en día es improbable que lo que sucede en un país en materia de noticias no trascienda sus fronteras y al menos se sepa en la región geográficamente inmediata. Ni qué decir de los hechos más llamativos; estos terminan ocupando los grandes titulares de periódicos y noticieros de todo el mundo.

Hasta se siente bien afirmar que tenemos toda la información que deseemos encontrar en la palma de nuestra mano (si sostenemos nuestros teléfonos móviles) o a un tecleo de distancia (si estamos frente al ordenador).

Pero, ¿es acaso lo mismo, por un lado, tener al alcance tal cantidad de conectividad e información y, por otro, estar realmente al tanto de lo que pasa y hacer uso responsable de este beneficio?

En mi caso, pude responder a esta cuestionante al realizar un pequeño experimento sobre mí mismo.

Admito que, como el grueso de los jóvenes de hoy, el medio que más uso para recibir noticias locales y de fuera es mi teléfono celular. En mis redes sociales estoy suscrito a canales, páginas y operadores de información con el fin de mantenerme “al tanto de lo que necesito saber”.

Volviendo al experimento, solo tuve que contar en mi newsfeed el número de publicaciones que pasaba y que, o no me parecían de ninguna relevancia, o era simplemente contenido basura. Dos de diez. Esa es la proporción de publicaciones que “me llegaban” y que yo, sin filtros, dejaría pasar con tan solo mirar las primeras palabras de lo que resaltaba sin reparar en ahondar más. Justo ahí me di cuenta que venía siguiendo páginas y personas que solo compartían basura, es decir contenido en gran cantidad, pero con poquísimo valor crítico, que eran plagiados de otros sitios de internet o noticias cuyas fuentes no eran verificadas y mucho menos confiables.

Ahora bien, ¿qué tienen que ver el contenido que recibimos de manera masiva en nuestros dispositivos y a través de la televisión y las noticias que realmente importan? Mucho.

Cuando nuestro cerebro recibe tanta información y no la alcanza a filtrar toda (como generalmente pasa cuando simplemente seguimos deslizándonos por el newsfeed), empieza a ignorar gran parte de lo que vemos y a arrojarlo al tacho de la basura sin más.

De esta manera, llegamos a quitarle la relevancia a gran parte de lo que leemos y muchas veces sencillamente perdemos sensibilidad ante hechos que de no ser porque los hemos metido en el “saco de spam”, les hubiéramos puesto atención.

Esto no significa que todo lo que está allí afuera en la red sea comparable con basura, ni mucho menos. A lo que me voy es que si no sabemos administrar nuestra entrada de información, terminaremos por insensibilizarnos a las cosas que vemos, a sabiendas de que el costo de ver mucho es conocer poco y entender casi nada.

Sería lamentable que perdamos el sentido de la importancia que tienen las situaciones que ocurren en la realidad y que solo se nos presentan en forma de noticias y publicaciones en medios digitales. Evitar la sobrecarga de información, irónicamente, se ha convertido para el usuario promedio de internet en un reto.

Nadamos en un mar de información irrelevante y hasta que desconectamos nuestros cerebros para evitar una sobrecarga y ahogarnos, sin ser conscientes de que lo mejor que podemos hacer es separar lo relevante de lo no tanto.

Una de mis primeras acciones ni bien terminé el “experimento” fue dejar de seguir algunas páginas que sencillamente no recuerdo por qué había comenzado a frecuentar en un principio. La calidad del contenido que compartían no era tan buena, y en muchas ocasiones ni siquiera rondaban en lo jocoso.

Otra acción que emprendí fue separar momentos y situaciones del día. Antes, dedicaba varias horas a navegar por las redes interactuando con amigos, leyendo artículos o simplemente revisando lo que me llegaba. El problema, lejos de la rapidez monstruosa con la que se pasa el tiempo sin que nos demos cuenta, era que no podía hacer nada de lo anterior a cabalidad. Terminaba el día con información a medias y sin comprobar (muchas de las páginas que revisaba señalaban solo una cara de la moneda), con un cansancio de ojos tremendo y con tareas acumuladas del resto del día.

Ahora, organizando mejor el tiempo y distribuyéndolo de acuerdo a las prioridades que yo le asigno, puedo trabajar en asuntos importantes en el día, mantenerme informado y dedicarle un tiempo sensato a la actividad social en mis horas libres, generalmente al final de la jornada.

Es decisión de cada uno si continuar buceando entre contenido irrelevante o emerger a la superficie por algo de aire e ir a por información de calidad, tan necesaria para todos.

 

Este artículo fue publicado originalmente en la antigua plataforma en línea de Voices of Youth y fue recreado por el autor en este nuevo sitio.

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