El día de hoy, me recuerdo a mí misma que el rechazo no es un fracaso.
El día de hoy, me recuerdo a mí misma que el fracaso es nuestro ímpetu para seguir avanzando hacia adelante, hacia arriba.
Todos atravesamos un camino imaginario, una ruta labrada con el concreto de los caprichos de nuestra niñez, y las ambiciones de nuestra adolescencia aún no realizadas. Durante años, pintamos líneas y colocamos marcas que creímos nos guiarían hacia el destino de esos sueños que veneramos en los momentos de cansancio, y que codiciamos con los puños levantados en frustración. Nos decimos a nosotros mismos que si tan sólo pudiésemos esforzarnos un poquito más, dormir una hora menos, intentar otra vez, avanzaríamos una milla más hasta alcanzar algún día ese lugar que sólo nuestros corazones conocen.
En nuestras vidas, llega un día cuando la dirección se evapora en una distancia que elude al alcance de nuestras manos, cuando somos condenados a observar, impotentes, mientras una fuerza desconocida nos deja temblando en un bosque de temores en donde hacía unos momentos se extendía nuestro camino.
Pero tú tienes que encontrar la manera de llegar allí, adonde sea que allí se encuentre. Así de repente, no puedes recordar la manera en la que creíste, hacia la que trabajaste, la manera que pensaste era la única. Vas de un lado a otro, entras en pánico, persistes con el sentimiento de que el camino debe terminar aquí, que nunca debiste tomarlo, que nunca fuiste lo suficientemente bueno.
Y es en este lugar de solitud donde empezamos a descubrir quienes somos. De las profundidades de la desorientación y desesperanza encontramos nuestra brújula interior, el sonido del primer paso en el denso silencio, más fuerte que los gritos que has suprimido durante años. En el momento en que pensamos que lo hemos perdido todo, es cuando encontramos lo que nunca supimos que queríamos, lo que nunca supimos que necesitábamos. Porque ya no hay más camino -no más líneas para atarnos y confinarnos, no más marcas de realización sin sentirte realizado, no más querer y desear y preocuparse en alcanzar algo que nunca existió fuera de nuestras fatídicas fantasías. Y finalmente, después de todo este tiempo, nos damos cuenta de que el único camino que siempre importó es el que tú estás pavimentando.
Empieza. Piérdete. Piérdete otra vez. Empieza de nuevo. Empieza otra vez.
A su debido tiempo, encontrarás la manera.
Eso te lo prometo.
Una persona errante no necesita cansarse. Ir de un lugar a otro es buscar, explorar, aceptar lo que significa estar vivo, estar en el presente, nunca dejar que el camino se acabe. Aquellos que nunca han conocido el fracaso, aquellos que no entienden el espacio de la solitud, que no saben lo que es verse rodeados por el concreto desmoronado que amenaza con enterrar, sofocar y destruir todo lo que creíste que eras, son los que no se han atrevido a soñar más allá. Porque eso es lo que importa —lo que yace más allá de tu destino, más allá de la estrella a la que pediste deseos en el alféizar de la ventana del cuarto de tu niñez, más allá del signo de los dólares, más allá de ti mismo.
Porque ese es un lugar inalcanzable para el hombre que transita por un camino linear; porque aquellos que en verdad persisten en encontrar lo que buscan nunca se detienen —ni siquiera cuando han llegado allí.